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26 mayo 2007

El neoliberalismo y las castas mexicanas

(c) el enmascarado en el exilio


José Agustín Ortiz Pinchetti


Estupenda la entrevista concedida por Julio Boltvinik a La Jornada (21 de agosto de 2000). El análisis de la encuesta nacional de ingreso-gasto en los hogares mexicanos, publicado nada menos que por el INEGI, confirma que la pobreza y la injusta distribución de la riqueza se han acelerado brutalmente tanto en la época de bajo crecimiento económico como en la etapa de repunte de los últimos trimestres.

Algunos de los fenómenos económicos pueden medirse estadísticamente, pero ninguno expresa los efectos que se producen en la vida cotidiana. ¿Qué significa el costo social que absorben millones de mexicanos, en cuanto a la reducción de márgenes de certeza, esperanza y confianza en los demás y en sí mismos?, se pregunta Claudio Stern. El resultado que aún no podemos medir es la destrucción progresiva de aquellos elementos que mantuvieron unidos a los mexicanos, que dieron cohesión a nuestra sociedad. Y esto nos lleva a un tema que pudiéramos calificar de irritante: ¿Hasta qué punto el modelo neoliberal está estimulando el fortalecimiento de los estratos raciales y culturales que dividen a los mexicanos, los vestigios de las castas que heredamos de la Colonia y que hemos seguido arrastrando y negando sistemáticamente?


La sociedad mexicana durante todo el siglo XX vivió con la ilusión de que era una sociedad nacional integrada por una población mestiza, con una cultura en la que se sintetizan los logros de la civilización occidental y de las civilizaciones autóctonas. Se reconocía la existencia de grupos indígenas "atrasados", para unos, o dignos de respeto y protección para otros. Pero en la larga reflexión sobre el ser de México, de su sociedad, durante todo el siglo, no aparece ninguna preocupación, sobre los vestigios de una estructura de castas. Es decir, la existencia de estamentos (no son las clases sociales en el sentido clásico) muy densos, donde el componente racial y cultural es decisivo. Una sociedad definida no sólo por la desigualdad económica sino por el origen racial.


Es muy probable que la Revolución Mexicana hubiera tenido, en alguna medida y en algunas regiones, el carácter de guerra de castas como las que se vivieron en múltiples zonas del país en el siglo XIX. También es probable que después de la Revolución el éxito militar y político hubiera permitido el ascenso de muchos personajes de los estratos medios de la sociedad de la época, digamos entre 1920 y 1950. Muchos de ellos eran de origen mestizo. Y se integraron a la elite que había surgido después de la Revolución. Pero yo me temo que los estratos criollos, racial y culturalmente identificados con la raza blanca y con la cultura occidental, hayan permanecido como los segmentos predominantes. A pesar de que no significan más allá de 18 por ciento de la población, su predominio en todas las áreas de la vida nacional es clarísimo.


Yo me atrevo a adelantar una hipótesis que tendría que ser corroborada, en el sentido de que lejos de atemperarse esta tendencia hegemónica de los criollos en las últimas décadas del siglo XX se ha incrementado.


Habría que investigar si son criollos, por ejemplo, los 500 líderes más importantes en los negocios, en la cultura y en la política. También si esta tendencia se ha ido incrementando. Habría que revisar si la estructura endogámica ­que es la que hace subsistir a una casta­ se mantiene en algún sentido, es decir, si las familias criollas tienden a casarse entre sí y a formar una trama que se distingue claramente del resto de la población y se consideren a sí mismos, aunque no lo expresen en forma rotunda, como superiores.


Sería muy interesante investigar si en esta división entre las escuelas públicas en decadencia y las escuelas privadas en auge, no existen algunas connotaciones racistas, por más detestables que sean y que si este auge no acelera se consolida el poder de los criollos sobre el resto de la población. También habría que revisar si aquella obsesión de los criollos, desde la época colonial, su admiración arrobada en los modelos extranjeros, primero de España, después de Europa y luego de Estados Unidos, no se ha incrementado como un rasgo cultural de nuestra época. Habría que ver también, si en el imaginario colectivo, digamos en los anuncios de la televisión, los que vemos en el Periférico, las películas, resalta el prototipo criollo sobre el mestizo y si este fenómeno no se ha incrementado en los últimos años.


Es un tema muy delicado con elementos muy obvios para la observación. Algunos extranjeros están estudiándolo, pero los mexicanos no nos atrevemos ni siquiera a penetrar en él. Ni siquiera para negar enfáticamente que existe. Hemos suscrito la mitología liberal de que a partir del triunfo del "orden y el progreso", todos los mexicanos se volvieron iguales frente a la ley con los mismos derechos y oportunidades. ¿Verdaderamente lo somos? © «La Jornada», Domingo, 27 Mayo 2000

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