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19 enero 2007

Calderón viola el octavo mandamiento ¡¡¡ahhh pero como hay quienes creen que Dios lo puso!!!

Estaba apunto de subir un artículo de mi autoría y revisando sus correos me llamó mucho la atención uno de nuestro lector Alejandro, se los dejo tal cual lo envía

Según la religión de Calderón, decir mentiras es malo, y malo en serio! Todas las palabras de felipe calderon han sido verdades a medias o viles mentiras, fruto de un corazón gris, uno que alberga engaño, simulación, falsedad, se podría decir. Cuánto puede valer un hombre? lo mismo que vale su palabra.

Dios es nuestro Juez, Dios es nuestro Legislador, Dios es nuestro Rey: El mismo nos salvar'a.

The Lord is our Judge,The Lord is our Legislator, The Lord is our King, He will save us himself.(Isaiah 33 v 22)

22Car l'Éternel est notre juge, L'Éternel est notre législateur, L'Éternel est notre roi: C'est lui qui nous sauve.

22Poiché l'Eterno è il nostro giudice, l'Eterno è il nostro legislatore, l'Eterno è il nostro re; egli ci salverà.

22Pois o Senhor é o nosso juiz, o nosso legislador e o nosso rei. Cuidará de nós e nos salvará.

ARTICULO 39. LA SOBERANIA NACIONAL RESIDE ESENCIAL Y ORIGINARIAMENTE EN EL PUEBLO. TODO PODER PUBLICO DIMANA DEL PUEBLO Y SE INSTITUYE PARA BENEFICIO DE ESTE. EL PUEBLO TIENE EN TODO TIEMPO EL INALIENABLE DERECHO DE ALTERAR O MODIFICAR LA FORMA DE SU GOBIERNO.

Y para sustentar su argumento nuestro amigo Alejandro manda también esto:

EL OCTAVO MANDAMIENTO

El octavo Mandamiento enseña como debe usarse la lengua, de forma que sea vehículo de la verdad y no de la mentira. En el se estudia la obligación de practicar la veracidad.

Por Aurelio Fernández

La palabra es el signo más visible de la racionalidad. El hombre piensa, pero también articula sonidos, de forma que emite palabras que son portadoras de sus ideas. Por la palabra, la persona expresa su pensar y su querer, incluso las emociones repercuten en el tono de voz con que emite la palabra. «Ser hombre de palabra» es asegurar que ofrece garantía de hombría de bien y de fidelidad, puesto que es capaz de llevar a término el compromiso hecho. Mediante la palabra, el hombre y la mujer pueden alabar a Dios, pero también blasfemar su nombre. De modo semejante, con la palabra cabe amar y ensalzar al hermano o insultarle y despreciarle.

En efecto, la palabra puede ser vehículo del bien y del mal que el hombre y la mujer encierran en su corazón. Como enseña el Apóstol Santiago: «La lengua, con ser un miembro pequeño, se gloria de grandes cosas. Ved que un poco de fuego basta para quemar todo un gran bosque. También la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. Colocada entre nuestros miembros, la lengua contamina todo el cuerpo, e inflamada por el infierno, inflama a su vez toda nuestra vida. Todo género de fieras, de aves, de reptiles y animales marinos es domable y ha sido domado por el hombre, pero a la lengua nadie es capaz de domarla; es un mal turbulento y está llena de mortífero veneno. Con ella bendecimos al Señor y Padre nuestro y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a imagen de Dios. De la misma lengua proceden la bendición y la maldición. Y esto, hermanos, no debe ser así» (Sant 3, 5-10).

El octavo Mandamiento enseña, precisamente, como debe usarse la lengua, de forma que sea vehículo de la verdad y no de la mentira. En el se estudia la obligación de practicar la veracidad. En consecuencia, se prohíbe el mal uso de la palabra que puede mentir y maldecir. Asimismo, se prescribe que no se use la palabra cuando deba guardarse silencio para mantener un secreto. Asimismo, en la sociedad actual, en la que los medios de comunicación son tantos y tan plurales, se acentúa su importancia, pero, al mismo tiempo, se advierte que se han de evitar los daños que pueda ocasionar el uso indiscriminado de los medios de comunicación social. Finalmente, la palabra dada tiene un especial eco en los tribunales, en donde es garantía y testigo de la verdad. Por eso se condena como especialmente grave el pecado de perjurio.

«No dirás falso testimonio ni mentirás»

La formula del Éxodo sobre el contenido moral del octavo mandamiento es mas limitada. Dice así: «No darás falso testimonio contra tu prójimo» (Ex20,16). Esta misma expresión se repite, literalmente, en el Deuteronomio (Dt 5,20). Pero en el Levítico se enuncia así: «No mentiréis, ni os engañaréis unos a otros» (Lev 19,11). De este modo, la mentira se unió a la calumnia, pues ambas van con frecuencia unidas. Así lo sentencia el Eclesiástico: «No trames calumnias contra tu hermano ni lo hagas tampoco con tu amigo. Proponte no decir mentira alguna, porque acostumbrarse a ellas no es para bien» (Ed 7,12-13). Y es que la gravedad de la mentira no consiste tanto en ocultar la verdad con el fin de engañar, cuanto en usarla como arma para dañar al prójimo. Es lo que denuncia Jesucristo cuando perfeccionó este mandamiento: «Se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos» (Mt 5,33). En efecto, quien se habitúa a la mentira casi siempre la usará para defenderse frente al prójimo, lo cual lleva a la calumnia. Mas aún, puede conducir al perjurio, o sea a jurar en falso incluso ante los tribunales.

Existen diversas definiciones de la mentira, pues no siempre es fácil fijar su sentido exacto. El Catecismo de la Iglesia Católica, en la edición típica, la matizó en estos términos: «Mentir es hablar u obrar contra la verdad para inducir a error» (CEC 2483). Y esta otra: «Mentir consiste en decir algo falso con intención de engañar al prójimo» (CEC 2508). En consecuencia, la mentira entraña el deseo de engañar.

Pero, a aparte de ese «engaño» que persigue la mentira, es importante destacar el aspecto positivo de este mandamiento, el cual implica la obligación de decir la verdad. En efecto, el hombre y la mujer deben amar la verdad, expresarla, defenderla y comunicarla, pues la “verdad” es propia del ser inteligente. Y ello porque la racionalidad -característica esencial del ser humano- busca espontáneamente la verdad. Como escribe Aristóteles al inicio de la Metafísica, «todo hombre, por naturaleza, desea conocer la verdad»1.

La virtud de la veracidad

Si la “verdad” es el objeto y el fin de la reflexión humana, también es una realidad central de la Revelación, pues la verdad está en estrecha relación con Dios: El “es la verdad” (Jn 17, 17) . Mas aún, como enseña el libro de los Proverbios, «Dios es fuente de toda verdad» (Prov 8,7). Por su parte, el libro de Samuel constata: «Tú eres Dios y tus palabras son verdad» (2 Sam 7,28). Y el Salmista confiesa que el ha «elegido el camino de la verdad» (Sal 119,30), pues «todos los mandamientos divinos son verdad» (Sal 119, 86), y la razón es que «la ley de Dios es la verdad» (Sal 119, 142).

Sobre todo, la verdad hace relación a la misma Persona de Jesús. Como es sabido, describir a Jesucristo como la verdad y relacionar su mensaje con ella, es uno de los temas centrales del Evangelio de san Juan. Según este Apóstol, Jesucristo “es la verdad” (Jn 14,6). En consecuencia, el evangelista lo presenta como «lleno de gracia y de verdad» (]n 1, 14) y como “la luz del mundo” (Jn 8,12). Por ello, «el que cree en Él, no permanece en las tinieblas (]n 12,46), si no que «conocerá la verdad y la verdad le hará libre» (]n 8,32-32), y quien le sigue «vive el espíritu de verdad» (]n 14,17). Jesús pide al Padre que a sus discípulos los «santifique en la verdad» (]n 17,17), hasta conducirlos a «la verdad completa» (]n 16,13). En consecuencia, san Juan define a los discípulos como aquellos que «viven en la verdad». Y les ofrece este criterio para el discernimiento de su conducta: «Si decimos que estamos en comunión con el y caminamos en las tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad» (1 Jn 1,6).

Esa vocación del hombre a la verdad -que para el cristiano constituye su estilo de vida- Jesús la sella con un mandato imperativo a sus discípulos, con el que completa el octavo precepto: «Sea vuestro sí, sí; sea vuestro no, no» (Mt 5, 37). En otras palabras, dado que «Dios es verdad» y Jesús afirmo de sí «Yo Soy la verdad», sus discípulos deben vivir la verdad en sus vidas. Es lo que se denomina veracidad; y que el Catecismo de la Iglesia Católica define en los siguientes términos:

«La verdad coma rectitud de la acción y de la palabra humana, tiene por nombre veracidad; sinceridad a franqueza. La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía» (CEC 2468).

A la vista de la grandeza de la verdad, se deduce la importancia de la virtud de la veracidad, no solo porque garantiza que se diga, la verdad, sino porque, al mismo tiempo, se evitan algunos vicios que desdicen de la dignidad de la persona, cuales son el doblez, la falsedad, la hipocresía, la simulación, el embuste..., en una palabra, la mentira y, llegado el caso, la calumnia y hasta el perjurio.

La mentira

San Agustín la define en estos términos: «La mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar»2. A la esencia de la mentira pertenecen dos cosas: Primero; decir lo contrario de lo que se piensa. Segundo, decirlo con intención de engañar . Los autores suelen distinguir tres clases de mentira: «jocosa», si con ella se quiere hacer una broma o pasatiempo; «oficiosa», cuando se profiere para obtener un beneficio propio o en favor de un tercero; «dañosa», si mintiendo, se persigue hacer daño alguien En esta división no entra lo que, coloquialmente, se denomina «mentira piadosa», la cual de ordinario se identifica con la «oficiosa».

En la mentira se contienen numerosos males, por lo que es condenable. He aquí algunos de ellos:

-encierra una ofensa directa contra la verdad;

-induce al error a quien se le dice, el cual tiene derecho a no ser engañado;

-lesiona el fundamento de1a comunicación de los hombres entre si;

-fomenta -yen ocasiones en ella tienen su origen- la vanidad y la soberbia;

-quien miente pierde la reputación y la fama;

-lesiona la caridad en el trato con el prójimo;

-puede faltar a la justicia, cuando se miente en perjuicio de otro;

-la mentira es funesta para la convivencia, puesto que crea desconfianza en las relaciones sociales.

Estos y otros males que ocasiona la mentira explica por qué, mientras el origen de la verdad se sitúa en Dios, la mentira se en atribuye al demonio. El origen diabólico de la mentira es mencionado por Jesús: “Vuestro padre es el diablo... porque no hay verdad en el; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44).

El Catecismo de la Iglesia Católica pone de relieve ese cúmulo de males que conlleva la mentira, tanto para el individuo como para la colectividad.

«La mentira, por ser una violación de la virtud de la veracidad, es una verdadera violencia hecha a los demás. Atenta contra ellos en su capacidad de conocer, que es la condición de todo juicio y de toda decisión. Contiene un germen de división de los espíritus y todos los males que esta suscita. La mentira es funesta para toda la sociedad: socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales» (CEC 2486).

Toda mentira es intrínsecamente mala (esto no quiere decir que sea siempre grave) y nunca debe decirse. En el lenguaje corriente se utilizan expresiones hiperb6licas que no son mentira.

Sin embargo la mentira en sí misma es pecado venial (cf. CEC 2484). De ordinario, no es pecado la mentira «jocosa». Es pecado venial casi siempre la «oficiosa». Sin embargo, la mentira «dañosa» es pecado mortal cuando se lesiona gravemente la caridad o la justicia. Esto se deduce por las circunstancias que concurren. Por ejemplo, es pecado mortal, si con la mentira, se tiene la intención de ocasionar un mal grave al prójimo o cuando una persona constituida en autoridad miente a los súbditos en cuestiones que atañen gravemente a sus intereses. También es pecado mortal en caso de que, mintiendo, se lesione gravemente la fama del prójimo. Asimismo, se peca mortalmente si con la mentira al juez se conculcan los derechos ajenos en la administración de la justicia, etc. O como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:

«La gravedad de fa mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, según las circunstancias, las intenciones del que la comete, y las daños padecidas par las que resultan perjudicadas» (CEC 2484).

Los moralistas admiten con razón –lo dice el sentido común y también es el proceder de personas rectas- que, en algunos casos, es lícito no sólo ocultar la verdad, sino incluso dar contestaciones que induzcan al error a quien pregunta, si éste interroga injustamente. La explicación teórica de la licitud de este tipo de comportamiento se fundamenta en la llamada restricción latamente mental. Por ejemplo, no sería mentira decir: «el señor no está en casa», cuando, atendidas las circunstancias, quien escucha podría saber que esa contestación puede tener un sentido diverso por una restricción mental. Puede ser el medio, por ejemplo, de guardar un secreto o de evitar un compromiso. Por el contrario, la llamada «restricción puramente mental», que tiene lugar cuando la expresión utilizada hace imposible descubrir el sentido verdadero, no es lícita. Por ejemplo, decir «he visto París», pensando interiormente «en fotografía», es una mentira.

Fuente: http://www.encuentra.com/documento.php?f_doc=4984&f_tipo_doc=9

¡Santos arcangeles y querubines el fecal si que no sabe lo que hace o si sabe no más se hace el .... loco! Pero asiento reservado en el infierno ya tiene y lo digo porque su tormento lo va a comenzar aquí, lo padecerá en cuanto el pueblo conciente lo derroquemos por espurio y usurpador...

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