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22 septiembre 2008

La caída de Monterrey

El capitán Franklin Smith afirmó que fue una verdadera desgracia para los mexicanos haber rendido una plaza tan fortificada: “haber entregado ese lugar a esa mediana fuerza fue verdaderamente deshonroso, sin precedente e inesperado.”

Monterrey celebraba su 250 aniversario el 20 de septiembre cuando los norteamericanos llegaron a arruinar los festejos. La batalla comenzó al día siguiente y concluyó el 24. Existen varios relatos de como se desarrolló el combate, a los cuales remitimos al lector. Los atacantes sumaban alrededor de 6,000, los defensores otro tanto, y todo indica que la lucha fue muy cruenta. Las palabras de Sotero Noriega todavía retumban a través de los años: “Monterrey quedó convertida en un gran cementerio. Los cadáveres insepultos, los animales muertos y corrompidos, la soledad de las calles, todo daba un aspecto pavoroso de aquella ciudad.”

La soldadesca norteamericana se apoderó de Monterrey a partir del 24 de septiembre de 1846, cuando Ampudia entregó la plaza. William Henry, teniente del ejército, recorrió la ciudad y anotó sus impresiones. En cada calle encontró fortificaciones y barricadas que se empalmaban con trincheras en frente. Cada casa era una fortaleza. No se explicaba cómo sus compañeros escaparon de la muerte en la parte oriente de la ciudad, donde los sistemas de baterías se empalmaban para constituir una defensa inexpugnable en esa zona. El lugar parecía tan fuerte como Gibraltar. Henry se asombró de que los mexicanos se hubieran rendido con una ciudad tan fuertemente fortificada. Estas apreciaciones fueron corroboradas por otros testigos presenciales.

Entonces, ¿por qué cayó Monterrey? Parte de la respuesta está relacionada con la suerte que tuvo el gobierno del estado en los días previos a la batalla. La permanencia de Garza Evia en la gubernatura estuvo en entredicho desde el momento en que manifestó su desacuerdo con el nombramiento de Ampudia. El gobernador renunció a su cargo el 31 de agosto cuando se enteró que Dávila y Prieto había sido nombrado desde el centro para sustituirlo a partir del 17 de ese mes. Esta afrenta se agregó a los diversos choques que tuvo con las autoridades militares y su incompatibilidad con Ampudia.

Con todo y su luminoso nombramiento Dávila y Prieto no se sentó en la silla. Ampudia asumió la gubernatura a partir del 1o. de septiembre y mantuvo a Santiago Vidaurri en la Secretaría General. La ruleta dio otra vuelta nueve días después cuando llegó una nueva orden de México: Francisco de Paula Morales sería gobernador del estado. Morales fue localizado el 20 de septiembre en el municipio de Santiago. Con su nombramiento, Nuevo León tuvo cuatro gobernadores en el espacio de un mes. Por medio de una circular, Vidaurri informó a los neoleoneses del nombramiento de Morales, pero agregó que Ampudia había determinado mantener el mando civil porque “Toda variación podría originar graves trascendencias a la defensa de la plaza.”

Al recibir la notificación, Morales marchó inmediatamente a Monterrey y estuvo presente durante la mayor parte de la batalla. A pesar del fragor del combate, sus relaciones con Ampudia fueron frías. Pidió al general que tomara medidas para proteger a los civiles y enviara una comunicación en ese sentido al comandante en jefe del ejército norteamericano. Ampudia no hizo caso. En la madrugada del día 23, Morales redactó la carta al Gral. Zachary Taylor afirmando que había “millares de víctimas que por su indigencia y falta de recursos se encuentran hoy en el teatro de la guerra y que se sacrifican inútilmente…”, y pidió que se permitiera la salida de la población civil. No recibió respuesta; la batalla consumía la ciudad.

Al día siguiente, y de manera sorprendente, Ampudia rindió la plaza y pidió a Morales asumir la gubernatura. El gobernador había expresado su deseo de defender la ciudad hasta que cayera el último combatiente, y la decisión del militar lo llenó de rabia. Poco después de la derrota emprendió su viaje hacia el sur del estado. Desde Galeana puso por escrito sus juicios sobre el desempeño del comandante en jefe en la batalla de Monterrey. Informó al supremo gobierno que Ampudia prometió combatir “hasta el último trance con todas las fuerzas que tenía a su mando,” y no lo hizo, a pesar de que éstas estaban casi integras después de tres días de combate. No fue por falta de parque, porque “el enemigo no pudo trasladar en cinco días el que había en la Catedral.” No fue por falta de víveres tampoco.

Morales, testigo y protagonista en estos acontecimientos, culpó a la jefatura, y concretamente a Ampudia, por la caída de Monterrey. Este juicio coincide con el de Sotero Noriega y con el de algunos oficiales norteamericanos que hicieron un balance de la batalla.

Manuel Balbontín, otro observador de los hechos, amplía el ámbito de las responsabilidades. Asegura que los cambios en los mandos militares tuvieron un efecto siniestro sobre el estado de ánimo de la población y del mismo ejército, y que la inestabilidad del país provocó la desorganización y contribuyó a la caída de Monterrey. En San Luis Potosí, Ampudia se reestableció de las heridas que había recibido y se justificó ante el vicepresidente Gómez Farías.

FUENTE: Véase las obras de Sotero Noriega, 1856, y Balbontín, 1974, para la versión mexicana. En inglés existen muchas descripciones de la batalla. Las de Weems, 1974, y Chance, 1991, son dos de las más recomendables.



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