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29 septiembre 2008

Terrorismo y política

Arnaldo Córdova

Creo que nada está más en las antípodas, como conceptos intrínsicamente antitéticos, que la política y la violencia. Se podría decir que el Estado es un poder que retiene el monopolio de la violencia legítima y, como todo lo político tiene que ver con el Estado, el organizador político de la sociedad, entonces resulta que la violencia se hermana con la política. A eso es fácil responder: el ejercicio de la violencia por parte del Estado es ya indicativo de que la política ha sido rota en algún punto y que el Estado ejerce su prerrogativa de usar la violencia para restaurar el orden político interrumpido por algún factor externo.

Cuando la política funciona, la violencia no tiene cabida de ninguna manera ni es admisible que eso se contemple siquiera como una hipótesis. La violencia siempre será enemiga de la política y ésta jamás podrá ejercerse con violencia. En el momento en que eso suceda dejará de ser política. Por eso me extraña que a veces se postule que el terrorismo, a diferencia del secuestro o el narcotráfico, es político, mientras que los otros no. Toda forma de delito en la que se incluya la violencia como ingrediente definidor, es una agresión contra la sociedad y sus instituciones y riñe naturalmente con la política y no sólo con el derecho.

Nadie ha sido capaz de dar una definición unívoca y definitiva del terrorismo, pero hay toda una batería de características específicas que se asignan a esa forma de violencia contra la sociedad y el Estado. En primer lugar y muy en general, es eso: una agresión deliberada a la sociedad y al Estado; en segundo lugar, es armada, y en eso se afanan los ordenamientos penales, de forma casuística, en dar las formas particulares de la agresión armada. El artículo 139 de nuestro Código Penal Federal señala el uso de explosivos o armas de fuego, incendio, inundación y se deja como etcétera “cualquier otro medio violento”.

Es característico también del terrorismo que se traduzca en actos en contra de las personas, las cosas (lo que nunca he entendido) o los servicios públicos y que busquen producir alarma, temor, terror (de ahí su nombre) en la población o en grupos o sectores de la misma, o bien que atente contra la seguridad nacional o ejerza presión sobre las autoridades para lograr sus fines. Ciertamente, por casuísticas, las definiciones de terrorismo nunca coinciden entre sí sino en parte; pero todos podemos darnos cuenta sin mucho esfuerzo de lo que es y significa el terrorismo.

El ilustre penalista español don Luis Jiménez de Asúa (que fue presidente de la República Española en el exilio y a quien escuché dar una hermosa conferencia en la Facultad de Derecho de la Universidad Michoacana), por cierto, decía que el derecho penal no puede por más de ser casuístico, muy empírico, porque podemos definir el delito en general, pero cuando nos metemos a definir los delitos entonces debemos proceder caso por caso y dando a cada uno sus características especiales.

El fin específico que el terrorismo persigue es, empero, lo que lo define en su esencia: aterrorizar a la sociedad y mediante el terror obligar al Estado o a sus autoridades a actuar de determinada forma. Veamos el ejemplo de Morelia: la granada no fue lanzada contra una persona en particular, sino contra una multitud inocente que asistía al acto para disfrutarlo. Si ése era el objetivo, con el gobernador a unas decenas de metros dando el Grito, entonces se buscaba intimidar al propio gobernador y a la sociedad para hacerla sentirse indefensa.

Eso fue un acto deliberado de terrorismo. Lo mismo hubiera sido si la granada se lanza contra el gobernador. Aterrorizar como medio de presión. Eso, por lo general, no lo hace el narco. Este puede buscar vengarse de sus enemigos o corromperlos y amenazarlos, lo que ya es otra cosa. Que lo hayan hecho narcotraficantes no desmiente el que haya sido un acto terrorista.

Se ha dicho que el terrorismo es un delito contra la seguridad de la nación, por lo que es un delito político. No estoy de acuerdo. El delito se cuantifica por sus resultados, pero se define por su motivación, lo que es el cuerpo del delito. El terrorista busca sembrar el terror y ése es su motivo. Si se buscaran otros fines (políticos, por ejemplo) resultaría indefinible.

El ejemplo de la guerrilla, que los represores siempre tratan de definir como terrorismo, es un caso aparte y debe tratarse con pinzas. Desde los años 70, nuestro querido compañero Adolfo Sánchez Rebolledo siempre nos instó a que todos estudiáramos a fondo el fenómeno y no lo proponía para que nos hiciéramos guerrilleros, sino porque, nos decía, la guerrilla no es sólo una forma específica de lucha, sino que es un auténtico trauma mental para la izquierda.

La guerrilla, como la definieron los que se dice la inventaron, los resistentes españoles contra la invasión napoleónica en España, era una “guerra chiquita”. Era guerra de los débiles contra los extremadamente poderosos. “Atacar y huir”, era la máxima de Mao Tse Tung (escrito a la vieja usanza). Guerrillas como el Ejército Republicano Irlandés, los tupamaros o ETA, a mí me hicieron pensar siempre que esa “guerra pequeña” podía muy fácilmente caer en el terrorismo y convertirse en otra cosa. Pero, sin tomar en cuenta eso, la guerrilla es, ante todo, una guerra y no una forma de hacer política “por otros medios”, como suele decirse.

Quisiera hacer otra observación: atentar contra las cosas se considera terrorismo. Una guerrilla, por lo general, atenta contra las cosas. No creo, sin embargo, que eso debiera ser llamado así. A eso se le llama sabotaje y está tipificado como delito; pero es bien sabido que en toda guerra los actos de sabotaje son corrientes y típicos de la misma y, en todo caso, la guerrilla es una forma de la guerra.

Y una ulterior anotación: el terrorismo muy a menudo se genera desde dentro mismo del Estado. En todo Estado abundan los impacientes que buscan las soluciones de fuerza y provocan o contratan actos terroristas para que la violencia del Estado ponga las cosas en el lugar que a ellos conviene. Es probable que el terror de Morelia haya sido obra de narcos, pero, who knows? El gobierno federal y todos los de los estados están llenos de provocadores que ansían soluciones de fuerza. A veces eso se olvida.


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