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29 julio 2007

Actitudes de los pueblos, o cómo aletargar su rebeldía

Por: Juan F. Panadero

La idea que los países pobres lo son por la actitud de su gente, no es otra cosa que la manipulación individualista y egoísta de la sociedad, creada y divulgada con la finalidad adormecer la inquietud de los pueblos, y convencernos que los países pobres lo son por sus actitudes: flojera, ignorancia, descuido, despreocupación, etc., y no como consecuencia de las políticas de exclusión y discriminación del sistema capitalista.

Este adefesio, que pretende ser un estudio serio del comportamiento humano, con visos sicológicos, trata de confundir a los despistados y desembarazar de la carga de culpabilidad a las oligarquías burguesas domésticas, con el único propósito de domeñar la rebeldía antiimperialista que amenaza derribar el edificio capitalista erigido con el sudor y la sangre de los pueblos, manteniéndolos en una actitud conformista y aletargada.

Esta propuesta engañosa, completamente alejada de la realidad, se debe combatir desde una perspectiva política y como instrumento de formación ideológica para que nadie sea sorprendido en su buena fe.

Ya en el feudalismo, para aplacar el intento de rebelión de los pobres ante la expoliación del fruto de su trabajo que hacían los señores feudales, que los condenaba a la miseria, la iglesia predicaba la resignación por ser la voluntad de Dios, es decir, Dios había querido que fuera así, por lo que oponerse a su voluntad era sacrilegio y castigado con la ira de Dios. Así se manipulaba el sentimiento religioso para eliminar cualquier intento de rebeldía. Ahora son las actitudes, el nuevo invento, la nueva arma goebbeliana con la que pretenden desviar la energía liberadora de los pueblos, tergiversando la historia, en contraposición a la teoría científica sobre la evolución de la misma.

Recordemos que la situación de pobreza y subdesarrollo en que están inmersos muchísimos países y continentes enteros, comienza con la colonización. Pueblos sometidos a la explotación y expoliación de sus riquezas, subjuzgados a leyes, religiones y costumbres extrañas que les impedía desarrollar sus propias culturas y los condenó a la pobreza, la hambruna y las enfermedades, sumiéndolos en el atraso. Las oligarquías criollas, apoyadas por el colonizador, se encargaron de que esa situación se perpetuara en el tiempo.

Al comienzo de la Revolución industrial a finales del siglo XVIII, todavía había países luchando por su independencia en todo el mundo. La India, por ejemplo, hasta 1947, hace tan solo 60 años, fue colonia inglesa, y cuando al fin logró la independencia, la dejaron en la pobreza, la miseria, la ignorancia y como regalo, el idioma del colonizador, situación que, a pesar del progreso de este país en los últimos años, mantiene en la miseria y el analfabetismo, a grandes sectores de la población, no precisamente por la actitud de su gente, sino por la exclusión a que han sido sometidos.

EEUU, primera potencia mundial, tiene hoy más de cuarenta millones de pobres y una política de salud discriminatoria y excluyente, sin olvidar que en el llamado tercer mundo, las mujeres y, sobretodo los niños, son explotados, como mano de obra barata, para complacer las necesidades de consumo (consumismo) del llamado primer mundo.

Afirman también, que el cumplimiento de las normas y reglas instituidas por las leyes, marca el grado de desarrollo de un país y por ende su progreso, cuando la realidad es que esa actitud responde en gran parte, más a la defensa contra las sanciones punitivas con que son penalizadas las faltas, que por convencimiento moral y de conciencia solidaria. ¿Creen ustedes, que en esos países, la gente se desvive por cumplir con esas obligaciones, por convencimiento moral y solidaridad ciudadana? Si usted incumple las normas, como por ejemplo, botar basura en un lugar que no es el sitio indicado para ello, lo multan y puede, incluso, ir a la cárcel. En otras palabras, esa actitud de respeto a la ley, pasa por el temor carcelario y pecuniario.

Un ejemplo de ello lo hemos vivido en Venezuela, siempre se dijo que el metro cambiaba a la gente, porque al acceder a él su actitud sufría un cambio. Claro, la limpieza y la vigilancia hacían de agente catalizador, pero al salir del mismo, la gente retomaba su despreocupación.

Hoy, a pesar de las medidas evidentes del estado para evitarlo, existe cierta impunidad, evitamos cumplir normas, tratamos de evadir el pago de multas, impuestos, etc., adolecemos de falta de responsabilidad ante la sociedad, se nos sale el "pájaro bravo" y aquello de "si el otro lo hace, porqué no yo", anteponiendo el orgullo y la prepotencia a los intereses generales.

Esperemos que pronto en Venezuela, esa actitud, no solo cambie por miedo al castigo, sino que sea como consecuencia del convencimiento individual y colectivo que nuestra actitud afecta, para bien o para mal, a nuestros compatriotas. De eso trata el socialismo, que el interés general prepondere sobre el individual y, como consecuencia de causa efecto, redunde en el individuo como tal y nos haga mejores personas. Esto, en contraposición a la desaforada e incansable fagocitosis del capitalismo, que con tal de medrar, es capaz de sumir en la miseria y el atraso a los pueblos utilizando sus principales armas, el individualismo, el egoísmo y la exclusión, para mantenerlos alejados de la educación, la formación y de la participación.

Venezuela, en estos últimos años, ha dado un cambio sustancial y positivo a todos los niveles, dejando constancia como un pueblo, favorecido por las políticas de un gobierno preocupado por su gente, participe de manera directa y sea factor de poder en las decisiones que propician que Venezuela avance, a ritmo acelerado, a convertirse en un país avanzado y desarrollado.

Es el Estado, sin lugar a dudas, con sus políticas de inclusión, el que facilita la formación intelectual del pueblo y por correspondencia el cambio de actitudes que reforzará y fortalecerá la nueva moral socialista. Pronto, los venezolanos nos sentiremos orgullosos de nuestro país y seremos ejemplo para el mundo entero.

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