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01 julio 2007

Las ambiciones bushianas


Hola amigos estamos recordando el fraude, pero no olvidemos las atrocidades de un actor intelectual: Bush.


¿Cuán bajo puede caer Bush?

El presidente Bush registra el índice de aprobación más bajo de su presidencia, que lo convierte en el presidente menos popular desde la administración de Nixon, según la nueva encuesta de la revista NESWEEK. (21 de junio de 2007).

En 19 meses, George W Bush abandonará la Casa Blanca definitivamente. La última encuesta de la revista NEWSWEEK indica que le espera un arduo camino por delante si espera persuadir al país de que se ponga de su parte antes de terminar su mandato. En la encuesta más reciente, que se realizó el lunes y el martes por la noche, el índice de aprobación del presidente Bush alcanzó su nivel más bajo. Sólo el 26 por ciento de los estadounidenses, poco más de una de cada cuatro personas, está de acuerdo con la labor del Presidente número 43, mientras una cifra record del 65 por ciento lo desaprueba, que incluye cerca de la tercera parte de los Republicanos.

Las nuevas cifras, 2 puntos menos con respecto a la última encuesta de Newsweek a principios de mayo, no registran cambios en las estadísticas, dado al margen de error de 4 puntos de la encuesta. Sin embargo el 26 por ciento de popularidad coloca a Bush por debajo de Jimmy Carter, quien descendió a su punto más bajo de 28 por ciento de aprobación en una encuesta realizada por Gallup en junio de 1979 De hecho, el único presidente en los últimos 35 años que ha conseguido más baja puntuación que Bush es Richard Nixon. El índice de aprobación de Nixon cayó a un 23 por ciento en enero de 1974, siete meses antes de su renuncia por la malograda irrupción ilegal en Watergate.

La guerra en Irak continúa hundiendo a Bush. La cifra sin precedentes del 73 por ciento de los estadounidenses desaprueba la forma en que Bush ha manejado la situación en Irak. A pesar de "la concentración” de fuerzas estadounidenses en Bagdad y en la occidental provincia de Anbar, una cifra baja récord de 23 por ciento de los estadounidenses concuerdan con las acciones del Presidente en Irak, 5 puntos menos desde finales de marzo.

Aún así la Casa Blanca no puede adjudicar el índice de aceptación solamente en la guerra. Bush exhibe cifras bajas récord o casi récord en cada tema importante: en la economía (el 35 por ciento la aprueban, el 60 por ciento desaprueban), en la atención médica (el 28 por ciento la aprueban, el 61 por ciento la desaprueban), en la inmigración (el 23 por ciento la aprueba, el 63 por ciento la desaprueba). Además, y tal vez sean las peores noticias para la multitud de Republicanos que esperan suceder a Bush en el 2008, el 50 por ciento de los estadounidenses desaprueban la manera que el Presidente maneja el tema del terrorismo y la seguridad nacional. Solamente el 43 por ciento de aprobación, en un tema que ha sido la carta de triunfo del Partido Republicano en las elecciones nacionales desde el 11 de septiembre.

Si hay alguna buena noticia para Bush y los republicanos en la última encuesta de NEWSWEEK , es que el Congreso mayoritariamente demócrata está incluso peor parado que el Presidente. Sólo el 25 por ciento de los estadounidenses aprueban la labor que está haciendo el Congreso.

En la noticia más aterradora para los aspirantes demócratas en busca de la candidatura de su partido en el 2008 sale a relucir que hasta en la base del partido Demócrata están descontentos con el Congreso, que su partido controla por escaso margen. Solamente el 27 por ciento de los demócratas están de acuerdo con el trabajo que el Congreso está haciendo, una diferencia estadísticamente insignificante del 25 por ciento de los republicanos y el 25 por ciento de los independientes que están de acuerdo con el Congreso.

En términos generales, el 63 por ciento de los estadounidenses no están de acuerdo con el trabajo que el Congreso está haciendo, que incluye el 60 por ciento de los demócratas, el 67 por ciento de los republicanos y el 64 por ciento de los independientes. Al parecer los electores no están contentos con nadie en Washington por estos días.


Fuente: Marcus Mabry,Newsweek. Traducido Mareylis Lorenzo Molina y revisado Michel Rodríguez Alonso

Las joyas de la CIA

Se dice que cada quien tiene un muerto en su placard. Los de la CIA deben ser enormes para esconder los suyos y esta semana ha comenzado a desclasificar documentos secretos que hablan de secuestros, infiltración y espionaje del movimiento contra la guerra de Vietnam, intentos de asesinato, allanamientos ilegales, escuchas telefónicas de periodistas calificados de “disidentes” por su postura pacifista, experimentos psicológicos con personas y otras “joyas de la familia”, como se las llama en la Agencia. Lo anunció su director, el general Michael V. Haiden, y consideró benignamente que las 693 páginas que contienen el elenco de cadáveres son “un vistazo a una época muy diferente y a una Agencia muy diferente” (The New York Times, 22-6-07). Haciendo a un lado Guantánamo, Abu Ghraib, Irak, Afganistán, Sudán, Cuba, Venezuela, Colombia, los vuelos clandestinos a Europa con secuestrados en otros países y largos etcéteras, el general Haiden estaría diciendo la verdad.

El Archivo de Seguridad Nacional (ASN), organismo no gubernamental e independiente con sede en la Universidad George Washington, se anticipó a la CIA y dio a conocer cuatro documentos secretos de comienzos del ’75 que muestran la alarma de la Casa Blanca, en particular de Henry Kissinger –entonces secretario de Estado y asesor del presidente Gerald Ford en materia de seguridad– ante la serie de artículos que el muy notable periodista Seymour Hersh había comenzado a publicar en el New York Times (www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB222/index.htm, 21-6-07). El texto de Hersh del 22 de diciembre del ’74 mereció la primera plana del diario y denunciaba las actividades ilegales que la Agencia realizaba en el país. El 3 de enero de 1975, su entonces director William Colby ventilaba la ropa sucia ante el presidente, dos consejeros de la Casa Blanca y el general Brent Scowcroft, segundo de Kissinger. Figura en el memorándum que expuso, entre otras cosas, lo que sigue.

“Creo que tenemos una institución que existe hace 25 años y que ha hecho algunas actividades que no debería haber hecho. En cuanto a los disidentes (los pacifistas), el esfuerzo principal estuvo dirigido a comprobar si tenían conexiones con el extranjero... Infiltramos a alguna gente para que pudiera ir al exterior... Pasamos información al FBI y ellos nos la pasaban a nosotros... Sucedió que hicimos expedientes con los informes del FBI. Esto, con nuestros informes del exterior, suma alrededor de 10.000 legajos. No podemos negarlo, pero trataré de aclararlo.” El objetivo de la CIA eran los estadounidenses que se manifestaban contra la guerra de Vietnam. Si se sustituye la palabra “disidente” por la palabra “terrorista”, nada cambió.

El 4 de enero Kissinger abrió la reunión con Ford y Scowcroft con esta declaración: “Lo que está ocurriendo es peor que en los días de McCarthy... Helms (Dick, ex director de la CIA) dice que todas esas historias (denunciadas en los artículos de Seymour Hersh) son apenas la punta del iceberg. Si salen a la luz, correrá sangre. Por ejemplo, Robert Kennedy organizó personalmente la operación para asesinar a Castro”. El entonces secretario de Estado atribuye las filtraciones a Helms, despedido por Nixon porque se negó a cubrir el escándalo de Watergate. Kissinger parece frenético en la reunión del 5 de enero que se llevó a cabo en su oficina.

Ford ordenó investigar las actividades ilegales de la CIA que Colby le había presentado y su secretario de Estado consideró que esa indagación “podía ser tan dañina para la comunidad de inteligencia como McCarthy fue para el servicio exterior. La índole de las operaciones encubiertas resultará extraña para el ciudadano medio y fuera de contexto podrían parecer inexplicables”. Un asesor le señala que algún parlamentario de los comités de servicios armados querrá escudriñar los aspectos legales, morales y políticos de la relación costo-eficacia de los hechos. “Estamos en problemas entonces”, se compunge Kissinger y acuerda con los presentes la estrategia a seguir en las audiencias del Congreso: “Debemos decir que esto atañe profundamente a la seguridad nacional. Desde luego, queremos cooperar, pero éstas son cuestiones básicas de la supervivencia nacional”. Los argumentos de W. Bush para desatar la llamada “guerra antiterrorista” no son diferentes. En esta materia –y aun otras–, la Casa Blanca nunca fue muy creativa.

Fuente: Juan Gelman Página 12

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