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21 marzo 2007

>>> en pocas palabras <<< 21 de marzo, Benito Juárez



El vetusto y austero local que fuera utilizado como la capilla de la Emperatriz de México, Carlota, la noche del 15 de enero de 1847 en el Palacio de los Virreyes, presentaba un aspecto inusitado.

La disposición del mobiliario presentaba aspectos extraordinarios.

Tres Estrados colocados hacia Oriente, Occidente y Mediodía, dominaban otras tantas secciones del salón, en el cual se hallaban colocados sitiales, asientos y escaños, para una ceremonia a la que concurriría una extraordinaria asamblea: extraordinaria por su calidad intelectual, política y social, de Miembros de la Augusta Asociación Masónica.

La insólita existencia de dos pedestales en la parte central del salón, cerca del estrado principal, y el hecho, más insólito aún de que sobre la superficie se encontraban especialmente colocados, una escuadra un compás, un ejemplar de la Carta Magna de la Nación (que muy pronto sería sustituida por la del 5 de febrero de 1857), un pebetero humeante y aromático, y algunos otros instrumentos y herramientas que indicaban claramente a los iniciados, que una ceremonia de admisión a la Masonería tendría efecto esa noche.

Más, ¿quién era el candidato a Iniciación? ¿Quién merecía los honores de ser el acto principal de una ceremonia, que por sí sola, dignificaba el recinto en que iba a efectuarse? ¿Quién sería el Neófito? ¿Qué al recibir la luz de la verdad, por primera vez en su vida masónica, la irradiaría hasta los más remotos confines de la patria, y haría estremecer al mundo entero con triple relámpago cegador, que iluminaría la cima del Cerro de las Campanas, abatiendo la sierpe tricéfala de la teocracia, la plutocracia y la ambición?

En el lugar improvisado destinado para servir de Cámara de Reflexiones, un hombre de edad madura (frisaba la cuarta década de su existencia), confundía la oscuridad de su tez con las tinieblas de la estancia.

Ese hombre de oscura tez y oscuro origen, que esperaba pacientemente el momento de ser admitido en los misterios de la iniciación masónica, era el diputado licenciado Benito Juárez.

Y, así, como llama del cirio que alumbraba el papel triangular colocado sobre la pequeña mesa, parecía levantarse y cobrar nuevos bríos en su lucha contra las tinieblas del reducido local, al reflejar los rotundos conceptos de Juárez candidato a Aprendiz Masón, la llama que bulle en la mente del diputado se agigantará e incendiará las madrigueras del oscurantismo, como una nueva hoguera bíblica que habrá de dejar impresas, en forma indeleble y radiante, las Leyes de Reforma y el inmortal apotegma: “Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.”

La Res.: Log.: “Independencia” No. 2 del Rito Nacional Mexicano, bajo el Mallete de dirección del Ilustre Valentín Gómez Farías ha abierto sus trabajos.

El M.: Benito Juárez, ha conocido el uso de las diversas herramientas del gremio y ha trocado ya, la escuadra por el compás. Ya ostenta el más alto cargo de la República, es el Primer Magistrado de la Nación.

Y no obstante encontrarse abrumado por los problemas y dificultades que caracterizan una de las etapas más turbulentas de la historia de México independiente, del joven país que apenas vislumbraba el glorioso papel que le tiene reservado el destino, el Maestro Masón, Benito Juárez, asiste con toda regularidad, puntualmente, a los trabajos de su Logia. El recorrido desde su residencia lo hace invariablemente a pie, hasta el callejón del Hospital de Terceros, donde se reúne su Taller, sin más escolta, y compañía que la del fiel Camilo, indio Zapoteca, como él, quien lo profesa entrañable cariño ampliamente correspondido.

La llegada del H.: Juárez al Templo Masónico, no produce inusitados movimientos, no hay exclamaciones alborozadas de: “Aquí viene el Presidente de la República”; no se ven, porque no existen ni es necesario que existan, individuos que a pesar de las vestimentas comunes y corrientes que usan, no pueden desembarazarse de un sello especial de pistoleros o guardaespaldas.

El masón Juárez se despoja de su imprescindible hopalanda y de su sombrero, que pasan a colocarse en el guardarropa del atrio, por las cuidadosas manos de Camilo.

Penetra al salón, Templo de su Logia, y ahí saluda afable y parco a sus HH.: Se coloca su collarín y empuña una espada destinada simbólicamente a defender las puertas del Templo contra las acechanzas y curiosidades de los profanos.

Pronto, en la vida profana, empuñará también la espada de la justicia, para defender a su patria de las acechanzas de sus enemigos mexicanos y extranjeros, y hará pagar bien cara su osadía y la altanera curiosidad de los clericales, que tratan de socavar los cimientos de la incipiente vida nacional.

Más… ¿Es posible? ¿No habrá algún error en ello? ¿Solamente es el portero? ¿El Guardia Templo de su Logia? Siendo el Presidente de la República, debería ser, cuando menos, el Presidente de su Logia.

¡No, mis queridos hermanos, no!… Ni él habría aceptado el honor de ser el Presidente de su Logia por el simple hecho de ser el Primer Mandatario de la Nación, sus HH.: …, de la misma reciedumbre y altura moral, no se lo hubieran permitido, ¡imposible!

Veamos un rasgo que lo pinta de cuerpo entero, y que debería servir para las futuras generaciones de masones, como ejemplo magnífico de ponderación, de ecuanimidad y de verdadera valía personal.

Uno de los muchos generales que encabezan esporádicamente rebeliones en contra del Gobierno constituido que él presidía, había sido capturado con las armas en la mano, remitido prisionero a la Capital de la República y sometido a consejo de guerra. Ha sido sentenciado a la pena capital, y será pasado por las armas al amanecer del día siguiente.

A la víspera, Juárez asiste, como es su costumbre, a los trabajos de su Logia; ocupa como siempre, el último puesto entre sus iguales. Es el Maestro Masón, celoso en el cumplimiento de su encargo de portero, el Guarda Templo.

Aun en el ambiente, habitualmente tranquilo y sereno, en que se desarrollan los trabajos del Taller, se palpa una excitación profusa, provocada por los inminentes acontecimientos políticos que culminarán con el fusilamiento, dentro de breves horas, del caudillo revolucionario prisionero.

Tres Maestros Masones piden a la Veneratura elevar los trabajos a Tercera Cámara. Los HH.: Vicepresidente e Inspector, al unísono, hacen suya la petición de los Maestros; la Veneratura accede; se cubre el Templo, salen los Aprendices y Compañeros, más no se retiran a sus domicilios, permanecen expectantes en Pasos Perdidos, en donde se han reunido HH.: de otras Logias, que forman corrillos y esperan, inquietos ellos también, el desarrollo de los importantes y solemnes trabajos de los Maestros de “Independencia” No. 2, en esa noche.

Por sólo un golpe de Llana son puestos en todo su vigor y fuerza los trabajos de la Cámara del Medio. Los HH.: solicitantes de la elevación explican sus motivos: ardua tarea, ya que se trata de pedir la conmutación de la pena capital impuesta por el tribunal militar al caudillo rebelde; han fracasado ya las gestiones efectuadas por los más significativos sectores políticos y sociales de la Capital, se ha apelado, en vano, a los recursos sentimentales de amistad, parentesco, de compañerismo. La marcha inexorable del tiempo y los dictados de la justicia llegan ya a los umbrales de la capilla del condenado; las órdenes militares están dictadas, los dispositivos de la ejecución cuidadosamente revisados, todo está listo para el fusilamiento. Sólo un hombre puede salvar la vida del sentenciado; sólo un funcionario tiene el poder legal de conmutar la pena.

Y, ese hombre se halla sentado tranquilamente en la parte interior de la puerta de acceso a un Templo Masónico. En la parte exterior, junto a su sombrero y a su hopalanda, ha dejado colgada de un gancho, en el perchero, su alta investidura de Presidente de la República.

Escucha atentamente la petición de sus HH.:, ni un solo músculo de su cara se mueve; diríase que es una estatua simbólica, como las otras tres que e hallan en el Templo.

Los HH.: Vicepresidente e Inspector, refuerzan la petición de los Maestros. El Orador formula conclusiones y establece en definitiva, que la inviolabilidad de la vida humana, es uno de los postulados que estructuran la filosofía de la doctrina masónica, y, por tanto, pide al H.: Juárez, en nombre del pueblo masónico, que perdone la vida del reo.

El H.: Juárez, se pone de pie, la estatua se anima, levanta lentamente la mano derecha, los dedos juntos, cerrados el índice tendido, erecto, está pidiendo la venia de la Veneratura para hacer uso de la palabra; se le concede desde luego. ¡Expectación!… Silencio angustioso, mortal… La estatua no sólo se ha movido, va hablar: “el Maestro Masón Benito Juárez —principia diciendo el Benemérito—, se honra en pertenecer a la Augusta Institución Masónica; es miembro de la Log.: “Independencia” No.2, su Guarda Templo interior; más no tiene facultades para conceder la vida a un ciudadano que ha sido legalmente sentenciado a muerte; y pide permiso para cubrir el Templo.”

¡Desilusión… Desencanto… Desesperación!

“El C. Presidente de la República —continúa Juárez—… ¡Atención! —Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación…— ¡Mayor atención!, silencio solemne, la estatua continúa hablando…— que os espera en sus oficinas del Palacio Nacional, dentro de una hora; verá, si dentro de las facultades que la Ley le concede, puede otorgaros la gracia de la vida que pedís.”

El Maestro Masón, Juárez, cubre el Templo después de haber sustituido con toda la ceremonia, en el importante puesto de portero del Taller.

Recoge en el perchero del Atrio su hopalanda, el hongo y la investidura del Primer Magistrado de la Nación, y, escoltado por el fiel Camilo emprende la caminata al Palacio del Poder Ejecutivo, donde una hora más tarde, en uso de las facultades que la Ley le concede, hace gracia de la vida del rebelde, a su Logia Madre.

La inviolabilidad de la vida humana ha sido respetada. La estructura de la filosofía y la doctrina masónica, están incólumes… Y también está dada, para las generaciones masónicas del porvenir, la gran lección de humildad, grandeza masónica y profana.

Ojalá sepamos entenderla y aprovecharla.

© Samuel Mario Molina del Ángel, «Lecturas Masónicas Selectas», Centro de Documentos Masónicos,

New York Historical Society

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