El pasado sábado 17 de marzo, apenas un día antes de que se cumpliera el sexagésimo noveno aniversario de la expropiación petrolera mexicana, la dramática guerra en Iraq cumplió su cuarto año de hostilidades, en medio de una movilización auténticamente mundial contra su genocida prepotencia. Una guerra, sin duda, generada por la turbia e indefendible invasión norteamericana en esa nación del Medio Oriente , con costos extraordinariamente altos para un país que hoy se debate en una laberíntica guerra civil sin salidas aparentes en un tiempo postrero a Saddam Hussein , ejecutado –por cierto- por sus anteriores patrones y socios yanquis.
Los resultados de una conflagración bélica en donde el telón de fondo de las hostilidades es precisamente el petróleo –y no la “cero tolerancia” al nuevo y difuso enemigo “terrorista” favorito del unilateral militarismo halcón de la administración Bush- son verdaderamente estremecedores: casi un millón de muertos iraquíes, la enorme mayoría de ellos ancianos, niños y mujeres civiles inocentes; casi dos millones de refugiados; más de 3,500 marines norteamericanos (realmente una auténtica tropa multinacional, mercenaria, pues muchos indocumentados se enlistan para acceder a la ciudadanía en el más impopular país del mundo), son datos a los que sin duda debieran adicionarse los muchos miles de millones de dólares en infraestructura iraquí devastada, por las operaciones nada quirúrgicas del siempre inefable Tío Sam , en pos del control geoestratégico de los hidrocarburos árabes, dan cuenta del momento posmoderno de barbarie tecnológica que singulariza al capitalismo del siglo XXI y que nos recuerda que, mientras no se lo derrote y confine al basurero de la historia, seguirá generando guerras, destrucción y muerte por doquier.
Las movilizaciones que desde Washington a España e Inglaterra, sin exceptuar a México y otras latitudes, tuvieron lugar para exigir la paz, en oposición a la guerra impuesta y decidida por ese triunvirato de carniceros ( Bush, Blair y Aznar ), quienes en convite de la muerte se reunieron en las Islas Azores para brincarse la autorización que la normatividad diplomática internacional había radicado en el de todas maneras sumamente antidemocrático Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas . De este modo, quedó demostrado, no sólo el hecho de que la ONU había devenido en un artículo meramente decorativo de la vieja soberanía en crisis y que había tenido por sede los otrora soberanos estados-nacionales, hoy prácticamente exánimes, sino que se demostró el ingreso planetario a la dinámica constitutiva imperial que, desde el año 2000, había colocado a los autores de un trabajo como Imperio y después Multitud , Antonio Negri y Michael Hardt , en el ojo de huracanadas controversias en materia de caracterización de la etapa contemporánea del capitalismo maduro y postimperialista . Aunque muchos “izquierdistas” (más que “socialistas”, nacionalistas estatólatras ) tendieron a defenestrar en el debate intelectual facilonamente la teorización de Imperio, a favor de enfatizar la pertinencia de la sin embargo obsolescente teoría del imperialismo clásica ,
Lo cierto es que las tesis de Negri y Hardt, constituyen el más pertinente ámbito paradigmático para comprender por qué, mientras la guerra la decidieron unos cuantos, y la mantienen los norteamericanos prácticamente solos, el clamor por la paz en un fenómeno auténticamente mundial desde el Contraimperio de las multitudes resistentes al caos desintegrador que el capitalismo belicista asegura. Se lucha contra la guerra y en favor de la paz. No obstante, ni esencial ni existencial, la paz no excluye las luchas y los conflictos. En el mejor de los casos, los desmilitariza. Pero eso, ya sería ganancia en el mundo de hoy, en el cual la guerra se ha convertido en un dato inevitable y recurrente de la propia reproducción del capitalismo a escala global. En la época en que se desarrolla un capitalismo globalizado y maduro de pretensiones imperiales, así sea esto como tendencia, lo cierto es que éste es mucho peor que el capitalismo imperialista del siglo XX que se fue. En un tiempo en que las normas internacionales de la convivencia internacional, resultan fijadas más por la OMC , que por la ONU , la guerra se ha metamorfoseado en un dato permanente y no ocasional del nuevo desorden mundial. Y esto no debe perderse de vista.
Y si recordamos el cuarto aniversario de la artera invasión norteamericana a Iraq , pretextando encontrar las “armas de destrucción masiva” que no existían, precisamente cuando se cumple el 69 aniversario de la expropiación petrolera nacional que el régimen de Lázaro Cárdenas realizara en México, el 18 de marzo de 1938, es porque tanto en la guerra, como en la “paz” (que no podemos sino entrecomillar), el nuevo desorden mundial, de pretensiones imperiales y de marco teórico neoliberal de sustentación, detenta mil artimañas para apropiarse de los combustibles fósiles, en aras de totalizar a favor suya la privatización desrregulada que persiguen en todo el mundo.
Hoy, cuando de nuevo soplan vientos preocupantes que anuncian la voluntad del sumamente impopular régimen calderonista por privatizar el sector energético nacional, resulta estratégico estar atentos a los acontecimientos, y organizarnos para evitar, por las buenas o por las malas, la privatización ya larvada en PEMEX , una de las 50 empresas más grandes del mundo, y acaso la única que, siendo petrolera, ha sido deliberadamente endeudada para artificialmente quebrarla, a fin de que su “rescate”, ocurra por los privados y extranjeros que vienen por nuestro estratégico recurso. ¿Lo permitiremos?
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