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14 marzo 2007

Complejidad, elitismo y representación: las barreras de la participación III

El debate

En el fondo, como salta a la vista, nos encontramos ante tres sugerentes variaciones de un mismo argumento que drásticamente acota las posibilidades de la participación política ciudadana. Mi posición al respecto es que la renovada discusión de tales variaciones argumentales marcan el núcleo o corazón de los más importantes y actuales debates de la sociología política contemporánea.

La revisión de la tesis del elitismo democrático conduce, entre otros desenlaces, a la discusión de algunas concepciones "no hegemónicas" de democracia. Filósofos y teóricos de la talla de Hannah Arendt (1985), Claude Lefort (1990) o Comelio Castoriadis (1980), sólo por citar a los más destacados, alimentan, con su producción intelectual y hermenéutica sobre la experiencia totalitaria en el siglo XX o la situación de indefinición e indeterminación del ejercicio del poder, estos nuevos senderos en la búsqueda de la superación del procedimentalismo democrático liberal. Se trata, por lo demás, de concepciones que acentúan el componente normativo de la democracia y, por ende, fortalecen la discusión de sus contenidos filosóficos pero que continúan, después de todo, resultando tal vez insuficientes para solventar de manera satisfactoria la decisiva cuestión de salvar la distancia existente entre esos principios ético-políticos y la dureza de las realidades sociológicas.

O dicho en un lenguaje más cercano a esos autores, sus distintas contribuciones a repensar el ideal democrático desembocan en la importante tarea de "sentar las bases simbólicas de la política secularizada", si bien, por otra parte, se admite que ello no significa que se hayan creado las "bases institucionales" para el ejercicio de formas de autogobiemo democráticas (Rodel, Frankenberg y Dubiel, 1989) (Metapolítica, 1997: 4).

La discusión sobre la complejidad de los órdenes sociopolíticos del presente y su condición de reproducción autorreferencial del orden social nos colocan, por su parte, de frente a la polémica ya vuelta clásica, que discute la presunta anulación del rol del individuo y también de los actores colectivos y de los movimientos sociales en la génesis de la sociedad. En esta discusión, como también en la anterior, no se erigen vencedores absolutos entre los bandos en contienda. Para el caso presente, cabe admitir que la persuasión del argumento en favor de la complejidad y autorreferencialidad del orden social, con todo y su congruencia y fuerza analítica, no logra, sin embargo, eclipsar la contundencia del resurgir de la fuerza de la acción colectiva. Se trata de un resurgir que se expresa a través de "nuevas" y "viejas" formas de manifestación de temas, intereses, identidades, niveles y ámbitos de participación colectiva que han colocado en el centro de atención de los cientistas sociales fenómenos como la denominada "resurrección" de la sociedad civil (Olvera, 1999; Taylor, 1999; Diamond, 1997), o la búsqueda de espacio de ampliación de la deliberación pública, o también las diversas reivindicaciones de nuevas identidades multiculturales; y el "retorno" del ciudadano, esto es, la reactualización del papel normativo que cumple el republicanismo cívico en la búsqueda de soluciones a los agudos problemas de desafección y apatía política5 Ampliar al menos de forma mínima los términos y contribuciones de estos nuevos enfoques y perspectivas es algo a desarrollar en la segunda parte de este trabajo.

Por su parte, la discusión sobre la crisis de la representación política ha encauzado sus debates alrededor de la concepción y reformulación de una estructura institucional estable de un régimen democrático que sea capaz de hacer realidad la promesa de la vigencia de un Estado de derecho, de mecanismos ciudadanos de control y rendición de cuentas sobre la gestión de los gobernantes y, en definitiva, de aproximarse en los hechos a los ideales de libertad e igualdad ciudadana del discurso democrático. Aunque existen propuestas y resultados diversos además de muy valiosos y sugerentes de ese debate, muchos de los desafíos abordados continúan vigentes. Por ejemplo el rechazo o la afirmación de cuestiones como el mandato imperativo, la representación de grupo y la definición de condiciones para la deliberación en las asambleas públicas son cuestiones abiertas, candentes y de cuya resolución dependen los verdaderos límites y alcances de la participación política.

Llegados a este punto podemos sostener que la discusión democrática es, naturalmente, una discusión recurrente. En cierto sentido, inagotable. La finalidad, entonces, de retomar los hilos centrales que delimitan el debate en tomo a los objetivos alcances y los límites de la participación política no persiguen cerrar conclusivamente tal discusión.La fertilidad y pertinencia de la misma se muestran en su propio despliegue y desarrollo. En todo caso, conocer los intersticios y laberintos de este complejo debate es forzosamente el camino para saber encarar y proponer salidas viables a los seculares obstáculos y dilemas para la satisfactoria consolidación de cualquier régimen político auténticamente democrático en las sociedades con características como las de la sociedad mexicana en particular y las sociedades latinoamericanas en general. 6

En la región latinoamericana, si se nos permite una rápida digresión, el balance después de dos décadas de retorno o de afirmación de regímenes políticos democráticos es mayoritariamente desalentadora. Las incipientes democracias de la región continúan enfrentando una serie de problemas que les impiden consolidarse. Algunos de estos obstáculos y dilemas se relacionan con la inercia de una cultura autoritaria; la falta de arraigo social de principios y valores de la democracia; un precario desarrollo institucional; la presencia de caudillos y o de prácticas corporativas; la falta de controles democráticos sobre el ejercicio del poder; y, en fin, la persistencia de inadmisibles índices de pobreza, exclusión y marginación social. Seguimos, pues, apostando por una democracia que se vive desde la incertidumbre y la vacilación. Mi convicción honesta, y ojalá que no ingenua, es que una revisión seria de los términos del debate donde se examinan las razones de estas consecuencias es una de las opciones para que la promesa democrática no sea un ideal traicionado y desfigurado (Sermeño, 2005: 8-10).

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5 Simplemente en el caso del resurgimiento de las teorías de la sociedad civil en los más diversos contextos socío históricos (América Latina con los procesos de transición a la democracia y Europa del Este con el colapso de los regímenes socialistas realmente exístentes) a lo largo de las dos últímas décadas del siglo XX se expresa con la dureza de los hechos la fuerte presencia de la participación polítíca que pone, al menos en parte, en claro entredicho la validez de los argumentos de las teorías sistémicas para negar la posibilidad de la participación política democrática (Olvera, 1999).

6 Para ampliar los diagnósticos sobre los dilemas de la consolidación democrática en la región latinoamericana, pueden consultarse los trabajos muy actuales del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, 2004) Y en la misma línea de investigación (O'Donnen, Lazzeta, Vargas Cunen, 2003).


Sermeño Ángel, Democracia y participación política: los retos del presente, p. 13 -16.

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