No debería sorprendernos la información que arrojan este par de notas, pero vean al Imperio les va mal por todos lados:
¿Más pobreza en USA?
Jorge Dávila, Rebelión
El organismo oficial de los Estados Unidos de Norteamérica, el U.S. Census Bureau, ofrece los datos sobre la medición de la pobreza en esa nación correspondientes al período 1967 – 2005, es decir los últimos 39 años; casi cuatro décadas. Si se quiere ver la posición de esa nación en el concierto del mundo actual, en lo que se refiere a pobreza, vale la pena fijar la atención en la medición de la distribución del ingreso más que en la medición de la cantidad de personas consideradas pobres. Expliquemos por qué:
La medición de la distribución del ingreso es mejor indicador pues no concierne al monto del ingreso de que dispone una persona; monto que, comparado con un cierto ingreso tope, es la base para medir el porcentaje de la población considerada pobre. La medición de la distribución del ingreso concierne, más bien, al contraste entre las cantidades de personas que reciben poco y mucho ingreso; es el contraste entre el ingreso de los ricos y el de los pobres. Así, esa medición puede evaluar si la distribución de la riqueza total de la nación, en el curso de los años, tiende a favorecer más a una porción de la población, claro está, en desmedro de otra porción de la población. Hay otra razón por la que no vale la pena fijarse tanto en la proporción o porcentaje de personas consideradas pobres en los Estados Unidos. Se trata de la inmensa brecha entre los ingresos de los estadounidenses y los ingresos de la mayor parte de la población mundial. De acuerdo con uno de los más cuidadosos estudios publicados en los últimos años, sabemos que, para el lapso comprendido entre 1988 y 1993, “un individuo estadounidense con el ingreso promedio del 10 % de la población más pobre de su país tiene un ingreso superior al de 2/3 de la población del mundo” y “el 10 % de la población con mayor ingreso en los Estados Unidos tiene un ingreso agregado igual al ingreso del 43 % de la gente más pobre en todo el mundo o, dicho de otro modo, el ingreso total de los 25 millones de estadounidenses más ricos es igual al ingreso total de cerca de 2.000 millones de los más pobres del mundo” (B. Milanovic; “True World Income Distribution, 1988 and 1993”,The Economic Journal, 112 ; January, 2002).
Y bien, ¿qué se lee en esos datos correspondiente a los últimos cuarenta años? De acuerdo con las profundas convicciones de quienes defienden la ideología neo-liberal, y dado que la economía de los Estados Unidos no ha dejado de crecer, es de esperar que en esa nación cada vez “se vive mejor”. ¿Qué quiere decir “vivir mejor”, según quienes preconizan que sólo el sostenido crecimiento económico, tarea de primer orden, incide en sostenidas mejoras de la distribución, de tal modo que es esa la solución al drama de la pobreza? Eso quiere decir que cada quien disponga de más ingreso, al tiempo que las diferencias entre los ingresos, por lo menos, no debieran aumentar. Los números de un lapso tan largo como cuatro décadas y en una economía incuestionable desde el punto de mira de esa ideología tiene que resultar para ellos, tan objetivos como suelen mostrarse, sencillamente desoladores. Veamos los datos (se muestra la serie tomada, desde 1970, cada cinco años):
Los datos correspondientes al porcentaje del ingreso total de la nación que es percibido por el 20 % más pobre de la población total (primera fila de la tabla) indican que cada vez esa población recibe menos porción del ingreso total: ha descendido del 4,1 % en 1970 al 3,4 % en 2005; una neta disminución en la apropiación del ingreso total.
Por el contrario, los datos correspondientes al porcentaje del ingreso total de la nación que queda en manos del 20 % más rico de la población total (segunda fila de la tabla) indican que cada vez esa población recibe más porción del ingreso total: ha aumentado del 43,3 % en 1970 al 50,4 % en 2005; un aumento de 7 puntos porcentuales: en promedio, un punto cada lustro.
Nótese que ya el 20 % de los más ricos se apropia más de la mitad del ingreso de la nación, de la “torta total”; vale decir: si a cada cinco individuos se les diera una torta, uno solo de ellos -el más rico- se comería la mitad de la torta... el más pobre de ellos se comería algo así como la séptima parte de un cuarto de torta.
De toda evidencia, cada vez los ricos se apropian de mayor riqueza y los pobres de menos ingreso. Esto se puede ver todavía mejor si se mira la proporción entre el ingreso de los extremos tomados sobre el 10 % de la población (datos de la tercera fila de la tabla), es decir, el número de veces en que la porción de riqueza del 10 % de los más pobres es apropiada por el 10 % de los más ricos. Así, en 1970, el 10 % de los más ricos tomaba más de 9 veces lo que tomaba el 10 % de los más pobres; en 2005, el 10 % de los más ricos toma más de 11 veces lo que toma el 10 % de los más pobres.
El coeficiente de Gini es un indicador que toma en cuenta la distribución total del ingreso en el total de la población. Cuanto más cerca está de 1, más desigual es la distribución (los ricos se apropian el ingreso que los pobres pierden); a la inversa, cuanto más cerca está de 0, más igualitaria es la distribución (el ingreso se distribuye de manera más equitativa entre “ricos” y “pobres”). Para tener un punto de referencia: Gran Bretaña, en los años anteriores al furor neo-liberal tatcheriano, exhibía un índice de Gini alrededor de 0,25. Como se ve, los Estados Unidos van por el camino firme de la mayor desigualdad: sistemáticamente, en cuarenta años, el índice de Gini no ha hecho más que aumentar. Ya el valor alcanzado en los últimos cinco años -pasó de 0,462 a 0,469- ubica al 'gigante de siete leguas', según los datos de CEPAL, a la par de algunos pequeños países latinoamericanos como Uruguay, Paraguay y Costa Rica ... y ya no tan lejos de Venezuela que, entre 2003 y 2005, según el informe de CEPAL de 2006, tiene un coeficiente de Gini de 0,490. A ese ritmo sostenido de creciente desigualdad en la distribución de la riqueza, los Estados Unidos alcanzarán, en unos tres lustros, los valores típicos de los países considerados actualmente con mayor desigualdad en América Latina.
En Mérida, Venezuela, a 4 años de la sanguinaria invasión a Irak.
¿Más pobreza en USA?
Jorge Dávila, Rebelión
El organismo oficial de los Estados Unidos de Norteamérica, el U.S. Census Bureau, ofrece los datos sobre la medición de la pobreza en esa nación correspondientes al período 1967 – 2005, es decir los últimos 39 años; casi cuatro décadas. Si se quiere ver la posición de esa nación en el concierto del mundo actual, en lo que se refiere a pobreza, vale la pena fijar la atención en la medición de la distribución del ingreso más que en la medición de la cantidad de personas consideradas pobres. Expliquemos por qué:
La medición de la distribución del ingreso es mejor indicador pues no concierne al monto del ingreso de que dispone una persona; monto que, comparado con un cierto ingreso tope, es la base para medir el porcentaje de la población considerada pobre. La medición de la distribución del ingreso concierne, más bien, al contraste entre las cantidades de personas que reciben poco y mucho ingreso; es el contraste entre el ingreso de los ricos y el de los pobres. Así, esa medición puede evaluar si la distribución de la riqueza total de la nación, en el curso de los años, tiende a favorecer más a una porción de la población, claro está, en desmedro de otra porción de la población. Hay otra razón por la que no vale la pena fijarse tanto en la proporción o porcentaje de personas consideradas pobres en los Estados Unidos. Se trata de la inmensa brecha entre los ingresos de los estadounidenses y los ingresos de la mayor parte de la población mundial. De acuerdo con uno de los más cuidadosos estudios publicados en los últimos años, sabemos que, para el lapso comprendido entre 1988 y 1993, “un individuo estadounidense con el ingreso promedio del 10 % de la población más pobre de su país tiene un ingreso superior al de 2/3 de la población del mundo” y “el 10 % de la población con mayor ingreso en los Estados Unidos tiene un ingreso agregado igual al ingreso del 43 % de la gente más pobre en todo el mundo o, dicho de otro modo, el ingreso total de los 25 millones de estadounidenses más ricos es igual al ingreso total de cerca de 2.000 millones de los más pobres del mundo” (B. Milanovic; “True World Income Distribution, 1988 and 1993”,The Economic Journal, 112 ; January, 2002).
Y bien, ¿qué se lee en esos datos correspondiente a los últimos cuarenta años? De acuerdo con las profundas convicciones de quienes defienden la ideología neo-liberal, y dado que la economía de los Estados Unidos no ha dejado de crecer, es de esperar que en esa nación cada vez “se vive mejor”. ¿Qué quiere decir “vivir mejor”, según quienes preconizan que sólo el sostenido crecimiento económico, tarea de primer orden, incide en sostenidas mejoras de la distribución, de tal modo que es esa la solución al drama de la pobreza? Eso quiere decir que cada quien disponga de más ingreso, al tiempo que las diferencias entre los ingresos, por lo menos, no debieran aumentar. Los números de un lapso tan largo como cuatro décadas y en una economía incuestionable desde el punto de mira de esa ideología tiene que resultar para ellos, tan objetivos como suelen mostrarse, sencillamente desoladores. Veamos los datos (se muestra la serie tomada, desde 1970, cada cinco años):
Los datos correspondientes al porcentaje del ingreso total de la nación que es percibido por el 20 % más pobre de la población total (primera fila de la tabla) indican que cada vez esa población recibe menos porción del ingreso total: ha descendido del 4,1 % en 1970 al 3,4 % en 2005; una neta disminución en la apropiación del ingreso total.
Por el contrario, los datos correspondientes al porcentaje del ingreso total de la nación que queda en manos del 20 % más rico de la población total (segunda fila de la tabla) indican que cada vez esa población recibe más porción del ingreso total: ha aumentado del 43,3 % en 1970 al 50,4 % en 2005; un aumento de 7 puntos porcentuales: en promedio, un punto cada lustro.
Nótese que ya el 20 % de los más ricos se apropia más de la mitad del ingreso de la nación, de la “torta total”; vale decir: si a cada cinco individuos se les diera una torta, uno solo de ellos -el más rico- se comería la mitad de la torta... el más pobre de ellos se comería algo así como la séptima parte de un cuarto de torta.
De toda evidencia, cada vez los ricos se apropian de mayor riqueza y los pobres de menos ingreso. Esto se puede ver todavía mejor si se mira la proporción entre el ingreso de los extremos tomados sobre el 10 % de la población (datos de la tercera fila de la tabla), es decir, el número de veces en que la porción de riqueza del 10 % de los más pobres es apropiada por el 10 % de los más ricos. Así, en 1970, el 10 % de los más ricos tomaba más de 9 veces lo que tomaba el 10 % de los más pobres; en 2005, el 10 % de los más ricos toma más de 11 veces lo que toma el 10 % de los más pobres.
El coeficiente de Gini es un indicador que toma en cuenta la distribución total del ingreso en el total de la población. Cuanto más cerca está de 1, más desigual es la distribución (los ricos se apropian el ingreso que los pobres pierden); a la inversa, cuanto más cerca está de 0, más igualitaria es la distribución (el ingreso se distribuye de manera más equitativa entre “ricos” y “pobres”). Para tener un punto de referencia: Gran Bretaña, en los años anteriores al furor neo-liberal tatcheriano, exhibía un índice de Gini alrededor de 0,25. Como se ve, los Estados Unidos van por el camino firme de la mayor desigualdad: sistemáticamente, en cuarenta años, el índice de Gini no ha hecho más que aumentar. Ya el valor alcanzado en los últimos cinco años -pasó de 0,462 a 0,469- ubica al 'gigante de siete leguas', según los datos de CEPAL, a la par de algunos pequeños países latinoamericanos como Uruguay, Paraguay y Costa Rica ... y ya no tan lejos de Venezuela que, entre 2003 y 2005, según el informe de CEPAL de 2006, tiene un coeficiente de Gini de 0,490. A ese ritmo sostenido de creciente desigualdad en la distribución de la riqueza, los Estados Unidos alcanzarán, en unos tres lustros, los valores típicos de los países considerados actualmente con mayor desigualdad en América Latina.
En Mérida, Venezuela, a 4 años de la sanguinaria invasión a Irak.
Países pobres nuevas colonias de EU
Nydia Egremy
Al examinar las causas de la pobreza en México, Gian Carlo Delgado, doctor en economía ecológica, asegura que el panorama es alentador para la lógica del Banco Mundial, pues en 2006 disminuyó ligeramente la pobreza extrema y se confirmó que los programas sociales del gobierno tienen cada vez más un carácter “pro-pobres”.
Aunque el Banco Mundial (BM) reconoce que la pobreza en México es grave, no se planea resolver el problema de modo estructural, sino “aliviarlo”. Sin embargo, el problema podría agravarse en 2008 por la liberalización del frijol en el capítulo agrícola del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
El escenario empeora para los pobres del país tras la suspensión del programa gubernamental Procampo. Gian Carlo Delgado estima que por ello el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) estructuró el programa de apoyo monetario condicional Oportunidades y evaluó Procampo (ME-T1017).
Al mismo tiempo, el BM hizo lo suyo con el Programa Contigo y asignó en línea una serie de préstamos y “asesorías técnicas”, como: Poverty Programmatic II (2005); Rural Poverty Analysis (2005); Poverty Programmatic III (2006); el Indigenous Community Loan (2007); Social Development Policy Loan (Contigo) (2008) o Health for the Poor (2007-2008).
Estrategia transexenal
Gian Carlo Delgado, autor del estudio Estrategia de asistencia de país, una estrategia colonial del Banco Mundial, al tratar el caso de la evaluación de México en 2007, afirma que un mecanismo que sintetiza lo que él denomina “esquema colonial” de los organismos financieros internacionales, son las Estrategias de Asistencia de País (CAS por sus siglas en inglés) que elabora el BM para evaluar la actuación y progreso del país “anfitrión” y de otros actores con los que establece sinergia, como el BID, para el caso de América Latina.
Más que un “plan de asistencia”, las CAS son el anteproyecto que debe seguir el gobierno local en los próximos años bajo un protocolo de condicionantes, cláusulas de compromiso, “recomendaciones y sugerencias”, hasta simples “observaciones” y “ofrecimientos”. La advertencia es insoslayable: el BM advierte que: “…equivocaciones en estas áreas [las recomendadas] desencadenarán un cambio en el programa del BM hacia un escenario ‘desventajoso’ de exposición reducida”.
En México, las CAS “pertinentemente –señala Delgado- no coinciden temporalmente con los períodos del gobierno federal”. Con eso, los organismos se aseguran la transición de sus políticas y lineamientos entre uno y otro gobierno. La nueva administración recibe del BM las Notas de Política correspondientes y se prepara una nueva CAS que operará hasta los primeros dos años de la siguiente administración.
La actual CAS del país abarca hasta el 2008, y las “Notas” serán entregadas durante este año o principios del próximo y operará en 2009 y hasta 2012. Estima Delgado que para las Notas del año en curso se gastarán 157 millones de dólares y para la CAS de 2009, la suma asciende a 250 millones de dólares.
En enero pasado, al evaluar el actual CAS 2005-, el BM “confirmó el avance en varias materias conforme a sus lineamientos”, con lo que el economista confirma “nítidamente la amplia injerencia del BM en la política nacional”.
Agio y pobreza
Anticipa Delgado, también miembro del programa “El Mundo en el Siglo XXI” de Investigaciones Interdisciplinarias de la UNAM, que el BM propone para el futuro próximo préstamos anuales de entre 800 y mil 700 millones de dólares (mdd) en cuatro “pilares de acción”: 1) reducir la pobreza y la desigualdad; 2) promover la sustentabilidad medioambiental; 3) incrementar la competitividad de México; y fortalecer las instituciones del país.
Además de los préstamos, la banca internacional ofrece actividades de asesoría. De acuerdo con Gian Carlo Delgado, en el caso del BM, esos servicios ascienden al 40 por ciento del monto total de recursos que recibe el país. “México paga, o mejor dicho, los contribuyentes pagan ese porcentaje para que se le diga al gobierno qué debe hacer, no sólo con el restante 60 por ciento del dinero que se le presta, sino con su política en general puesto que, para ser sujeto de préstamo, el país debe cumplir con una serie de condiciones, por ejemplo, las macroeconómicas”.
En ese sentido, México vive un momento particular en su relación con el BM y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), pues el gobierno de Vicente Fox pagó, en septiembre de 2006, casi 56 por ciento de la deuda al BM (en particular su división de “reconstrucción” o IBRD) y un porcentaje parecido ante el BID. Esos pagos sumaron unos 9 mil mdd y ello redujo significativamente el yugo condicionante del BM y del BID sobre el país.
En lugar de desligar paulatinamente al país de los lineamientos políticos de esos “organismos internacionales”, tal y como lo ha hecho Ecuador, “la decisión del gobierno de Calderón es la de rápidamente (re)endeudar más al país”, señala el especialista. Los primeros pasos regresivos son categóricos. Por un lado, con los mil 600 mdd que México recibirá del BM para 2007 y 2008, y con la firma en febrero pasado del memorando de entendimiento con el BID para obtener préstamos por un total de 3 mil 900 mdd (se incrementarían hasta por 8 mil mdd en los próximos seis años) para construir infraestructura.
Con ello, el país volvería a aumentar considerablemente su deuda actual con el BM de 5 mil 734 mdd y con el BID de 5 mil 465 mdd. Por esa razón, el analista considera “irónico aunque previsible”, que Calderón declarara durante la firma del memorando con el BID, que “la fortaleza de la economía mexicana se refleja en la capacidad de recibir préstamos de organismos internacionales”.
Tal suposición sobre la fortaleza económica olvida que México ha tenido capacidad de pago ante el BM y el BID –a partir de asfixiar aún más al grueso de la población–, pese a haber sido sujeto de fuertes transferencias de excedentes como la desnacionalización de la banca, y que hasta 2006 se ubicó como uno de los principales “clientes” –o deudores– de esos organismos.
Agua y agro el caos
La apertura a ultranza del agro mexicano (que arrancaría “aceitado” con dos préstamos del BM: AGSAL I y II), la liberación del precio del maíz y la reciente debacle alrededor del precio de la tortilla, demuestran lo erróneo y peligroso del tema. Tanto así que Humberto López, funcionario del BM para América Latina, señaló el 6 de febrero pasado que sí, efectivamente “se les había pasado la mano”, no obstante era “injusto convertir a la institución financiera en el chivo expiatorio de la pobreza”.
El rostro dramático de la pobreza se asoma en la falta de infraestructura hidráulica. La reforma a la Ley Nacional de Agua de 2004, abrió indiscriminadamente el sector hídrico a la inversión privada nacional e internacional. El BM, en cambio, observó esta medida el 8 de enero pasado como un “progreso sólido”.
El progreso para los millonarios proyectos del BM de descentralización se traduce en la puesta en marcha del Irrigation & Drainage Modernization por 300 mdd (2004) y el Modernization Water & Sanitation Sector por 25 mdd (2006). A ésos se sumarán préstamos para el Integrated Management of Basins & Aquifers (2007); el Water Policy Development (2008) y el Water Rights (2008). Se incluye también una “asesoría” en Water Programmatic III (2007-08). Todos al parecer buscarán su ingerencia directa en el acceso, gestión y usufructo de los recursos hídricos superficiales y subterráneos del país.
Y mientras el BM prepara una asesoría para estimular el comercio agro-industrial y la electrificación del campo (sólo útil a las agroindustrias, no a la población que no tiene con qué pagar el servicio) para el periodo 2007-08, la conclusión del investigador es tajante: “parece calcularse una explosión social de orden mayor, sobre todo en el campo; cuando el país estalle –y de seguir la tendencia, seguro estallará tarde o temprano–, la oligarquía mexicana se piensa en el “primer mundo”, justo ahí en donde está la clase dominante metropolitana con la que se siente más identificada.
Entonces, el negocio de explotar y condenar a la miseria (en el mejor de los casos) a millones de mexicanos, habrá terminado. De ser así, la reconstrucción nos tocará a los que nos quedamos”.
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